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La tradición jónica se encaminaba hacia el materialismo, postulando el cuerpo como más real que la mente o el alma, y concluye con el atomismo, en el cual todo lo real está ya reducido a lo tangible. La tradición itálica de los místicos sigue el camino opuesto, fiel a la estimación religiosa del alma en cuanto algo más valioso y real que el cuerpo. Tiende, pues, hacia el idealismo que sostiene que los objetos suprasensibles del pensamiento son más reales que el cuerpo y que los objetos de los sentidos corpóreos. Esta tendencia se vio favorecida por los planteamientos pitagóricos. Parménides da el siguiente paso. Su Ser único se ha separado del mundo sensible, a cuyas apariencias rechaza dar apoyo. El tal es objeto del pensamiento, no de los sentidos, si bien estos dos modos de conciencia no están aún distinguidos con claridad [...]. La lógica de Parménides arruinaba todo sistema físico y, de hecho, negaba a priori toda posible cosmogonía. La ciencia de la Naturaleza, tal como se concebía entonces, no podía avanzar ni un paso hasta que no se hallase alguna forma de respuesta a Parménides, y los demás sistemas presocráticos se las ingeniaron para restaurar al mundo real la pluralidad y el movimiento. De esta manera prosiguió esta arrogante discusión acerca de los primeros principios. En defensa del pluralismo se propugnaron tres soluciones. La pura tradición de los jónicos encontró, en la era de Pericles, un portavoz en Anaxágoras [...]. El ala científica de la escuela pitagórica modificó la doctrina de los números en una forma incipiente de atomismo que conduciría luego al atomismo maduro de Leucipo y Demócrito. Entre las dos tradiciones, Empédocles encontró un compromiso.”

F.M. Cornford, Antes y después de Sócrates.